CAMINANDO EMPÁTICAMENTE CON UNA ABUELA DE 88 AÑOS

Helio Borges
8 min readJun 13, 2020

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FORTUNA GARCÍA

2017 Hoy realicé mi caminata empática acompañando a una abuelita de 88 años a cobrar su jubilación. Es bueno aclarar que en Venezuela no llegan los cheques de la pensión por el correo, hay que ir físicamente al banco a cobrar. De manera que a mediados de mes uno puede ver en las afueras de los bancos las filas de personas de tercera edad esperando en fila para cobrar. En esta oportunidad había menos gente que de costumbre y salimos del banco con relativa rapidez. Eran la 11.00 am, y le pregunté qué quería hacer. Sin dudarlo un segundo me dijo “vamos a comer”.

Me sorprendí porque era muy temprano en la mañana, pero debía haberlo supuesto, porque esa señora es mi madre. Hay un hecho que no ha cambiado en toda su vida, cuando hablamos de comida inmediatamente reacciona, toda la vida ha sido un magnífico diente, le gusta cocinar porque le gusta comer. Ella inventa platos con los ingredientes que tiene a la mano, uno de sus platos favoritos sigue siendo los callos a la madrileña. Esta se ha convertido en una rutina muy agradable para los dos porque luego de ir al banco siempre vamos a comer. Es como una cita. Y para mí es una pequeña oportunidad de agradecerle a alguien que ha sido un baluarte en mi vida. Y también es una oportunidad de recordar…

El hogar que habitamos es un molde donde se va formando nuestra personalidad a medida que vamos creciendo. Hay cosas que uno hereda de sus ancestros, como los rasgos físicos, también en nuestras familias hay personas que influyen positiva o negativamente en nosotros. En mi caso particular, es mi mamá, su nombre es Fortuna, como la diosa griega. Ella siempre ha sido una mujer, no tanto de palabras, sino de acción.

Con ella siempre sentí que estaba con alguien en quien podía confiar mis sentimientos más íntimos, ella siempre estaba en la cocina, esa era su oficina, y también el confesionario de la casa. Desde que yo era un niño y corría hacia allá a acusar a José, mi hermano menor de haberme pegado, hasta bien adulto, cuando le dije en esa misma cocina, que había conocido a la mujer de mi vida. Yo he sido un privilegiado al tener una madre como ella.

Recuerdo cuando vivíamos en la casa del casco colonial de Caracas. Dos cuartos de la casa estaban llenos de madera, goma espuma y otra parafernalia, y poco a poco, mediante la magia de mi madre y los planos de Mecánica Popular, eso se convertía en camas, sillas, mesas y sofás que luego amoblarían nuestra nueva casa de Prados del Este. Cuando vivíamos en Maracay, nuestra casa se convirtió en un museo-taller desde donde salían las Meninas de Velázquez y Mona lisas de Leonardo, a decorar en forma de retablos, las casas de la ciudad. No lo hacía por reconocimientos. Que yo recuerde, el único reconocimiento que recibió, fue de los hermanos Maristas, por ser la madre con más hijos en el colegio san José, seis en total, todo un record. Tampoco lo hacía por dinero, a pesar de que complementaba y hasta superaba el magro sueldo de mi papá. Lo hacía por amor y para dar rienda suelta a su creatividad y energía.

Ella estudió hasta sexto grado, suficiente para trabajar como secretaria, hasta que se casó con mi papá. Al criarnos, sacó el bachillerato siete veces, una vez por cada hijo. En un momento determinado, la casa parecía una escuela, ella se sentaba con cada uno de nosotros a estudiar matemáticas, historia, geografía, castellano. ¿Cómo formó a siete hijos, haciendo lo que hacía en su tiempo libre? Hoy día yo no me lo puedo explicar, pero en aquel tiempo parecía de lo más natural para mí. Lo hacía por pasión creativa y amor. No podía estar quieta un segundo tal como su mamá, eso venía en los genes.

Hoy ya ella tiene 88 años. Es una mujer resiliente, es una veterana de múltiples batallas. Sobrevivió la muerte de mi padre de una enfermedad degenerativa cuando ella tenía 52 años. Ella estuvo con él hasta el final, luego lo lloró durante un año. Durante ése año, no había un momento o una situación que no le recordara a mi padre, e inmediatamente lloraba desconsoladamente. Al año exacto me llamó por teléfono y me dijo, “mañana me voy de viaje al medio oriente”. Mes y medio después regresó llena de vitalidad y energía, yo no lo podía creer.

Diez años después, a mi hermano José le diagnosticaron esclerosis múltiple, no la enfermedad de Lou Gherig, que es letal y rápida, el sufría del tipo de esclerosis que va degenerando las funciones vitales de la persona lenta e irremediablemente. Ella estuvo con mi hermano durante toda su larga agonía. Cuando recuerdo esos dolorosos momentos, me viene a la mente “La Piedad” de Miguel Ángel. Unos años más tarde de la muerte de mi hermano, le fue diagnosticado un cáncer de mama. Afrontó su enfermedad como todo lo que había enfrentado en su vida, con un coraje increíble. Veinte años después esa es una página más en su historia. Camina con una cadencia, un ritmo, un tumbao, como le decimos en Venezuela. Ese caminar lo desarrolló luego de haber sido operada de las dos rodillas para la implantación de prótesis. Cada vez que la visitaba, me mostraba el manuscrito de su libro. Habló con su sobrina Anabel para que le editara el libro, y con un editor para publicarlo. Un año después lo lanzó en un gran evento donde convocó a toda su familia y amigos.

Cuando uno piensa que ya la vida la va a dejar tranquila, hoy debe enfrentarse a la despedida de mi hermana menor, la niña de sus ojos, su cayado, su sostén emocional. Mi hermana es médico anestesiólogo, es una de los más de 2.000.000 de profesionales venezolanos que se han visto forzados a dejar su tierra en busca de mejores horizontes. En su caso porque la escasez de medicamentos es tan aguda, que le ha hecho imposible anestesiar un paciente sin que corra peligro la vida del paciente. La ida de mi hermana le ha pegado muy duro. La observo bien y noto que ya no habla mucho, ya no es tan alegre y proactiva, su mirada se pierde en el espacio como buscando algo. Me doy cuenta que el tiempo se nos acaba, por lo que me digo a mí mismo que debo pasar más tiempo con ella.

2020. Así lo hice, pero durante el siguiente año su salud se fue apagando, su energía se fue. Ella dormía todo el tiempo y solo se levantaba para comer. Andrés y yo nos empezamos a turnar para llevarle de comer y atenderla, pero su deterioro continuaba. De alguna manera yo presentía que ella había tomado una decisión consciente, como todas las que tomó en su vida. Tomó la decisión de ir a la estación del tren, para esperar a que éste llegara. Hace dos años, el tren se acercaba, llamamos a mi hermana para que se despidiera de ella. Chiquinquirá regresó al país y no salió de su cuarto en una semana. En esa semana la atendió, le hizo cariño, la alimentó, durmió con ella. La mirada de mi mamá se volvió a iluminar y milagrosamente se levantó de la cama.

Ella tomó la decisión de dejar pasar ese tren, y esta vez tomó el avión para Ecuador con Chiquinquirá. Su salud mejoró y cada vez que hablábamos con ella por video-llamada, estaba arregladita, peinada, sus mejillas rosadas, sus uñas pintadas. En una de esas llamadas ella estaba comiendo algo, le pregunté que era, y ella me dijo, melocotón con avena. ¿Avena? Le pregunté. Andrés y yo te dábamos avena y no te gustaba. Ella me contestó. “¡Menos mal que me vine, si me quedo allá me matan!”. Rosalyth, la amiga de Chiquin tuvo la oportunidad de visitar Venezuela en noviembre del año pasado y la trajo de visita. Yo estaba en Bogotá con mi esposa y mi mamá llegó a la casa de Andrés. Dulce, su esposa, la atendió de maravilla. Pasó una semana en su país y lo que queda de familia pasó a visitarla, yo tuve la oportunidad de verla una vez más. En el aeropuerto, cuando la estábamos despidiendo, me preguntó, “Helio, ¿qué es ese negocio?” Es una venta de arepas mamá, le contesté. “Yo quiero una de queso Guayanés”. Se despidió del país haciendo lo que hacía mejor, comiendo.

Esta vez sí se fue a la estación del tren para no volver, ya había visto lo que tenía que ver, había disfrutado de su hija una vez más, se había despedido de sus hijos. Ya no tenía nada que hacer en este plano. El 11/06, recibí una llamada de Andrés, exactamente a las 11 de la mañana. Al ver el teléfono, ya yo sabía lo que me iba a decir. Al colgar llamé a Chiquin. Ella me contó que nuestra mamá había trascendido en paz, con una sonrisa en su cara, escuchando La Traviata.

Yo siento que cada vez que en mi vida algo está fallando, o estoy tentado a hacer algo que no está bien, o he dudado, o me he sentido desesperanzado por alguna razón, siempre ha estado presente en mi consciencia esa poderosa mujer que de alguna manera me guía hacia lo que debo hacer. Hasta mis gestos y mi forma de expresarme, se parecen a los de ella. Ella era fundamentalmente una cuenta cuentos. Cuando ella llegaba a mi casa nuestra cocina era su auditorio, mis hijos, su audiencia, ellos estaban felices comiendo las delicias que ella había preparado y escuchando sus historias. Ahora yo también me he convertido en un cuenta cuentos, cada vez que escribo es un homenaje a ella. Mamá, tú has sido, sigues, y seguirás siendo mi inspiración, gracias desde lo más profundo de mi corazón.

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Helio Borges

Coach, Agente de Cambio Organizacional, Facilitador, Orador, Escritor. https://helio-borges.medium.com/ Twitter: @hborgesg. IG: @heboga. FB: helio.borges.35.